—Todo esto empezó en el siglo XIX, mucho antes de lo que pudiera imaginarse. Usted ha llegado hasta aquí porque quiere saber. ¿No es así?
—Claro. Me ha costado mucho conocerle y, todavía más, entender su relación con tantas extrañas circunstancias que me han rodeado últimamente.
—Considérese afortunado, la mayoría no sabe quiénes somos, ni lo que hacemos, ni nos conocerá nunca. Las probabilidades de que alguien se fije en nosotros son menores de que nos caiga un rayo encima, si mis cuentas no fallan sería un número que supera 1 entre 3 000 000.
»Mire su propio caso, ha tenido que matar a su mejor amigo y ha conseguido una cantidad de dinero inimaginable para usted hace un año. Y aun así no sabe todavía si está soñando. Es más, le gusta creer que sueña porque así tiene la esperanza de despertar.
—Y¿por qué me he de fiar de que me lo va a contar?
—Porque morirá pronto y rápido. Y querrá aprender lo que le voy a enseñar porque es su única probabilidad de trascender. Y no tengo por qué engañarle llegado a este punto.
—¿Cuál es esa probabilidad? ¿Cómo que voy a morir?
—Lo hemos visto en innumerables pruebas. Todos ustedes mueren más o menos con 40 años. Una enfermedad infecciosa, un accidente, una operación urgente que sale mal. Así fue con Isaac Peral, que murió por una infección con 43, Juan de la Cierva también con 43, o uno de los po- cos extranjeros, Joseph Overton, cuya avioneta cayó cuando acababa de cumplir 43.
—No lo había pensado. Sabía que habían muerto, pero no que a la misma edad. Cumplo 43 ahora, en una semana. Pero estoy bien. Yo no tengo enfermedad ninguna.
—Se lo acabo de decir: accidentes, infecciones, cualquier cosa. Pero creemos que es necesario. Desde que lo venimos probando ha sido siempre lo mejor. Tranquilícese, la medicación impedirá que se agobie aunque le mantiene despierto y lúcido. Estará mejor tumbado en esa cama por aho- ra. Lo entenderá.
—He entendido que llevan actuando desde el siglo XIX. Pero ¿con qué tecnologías?
—Hay dos partes, la primera necesita detectar las personas que generan cambios y reprogramarlos o activarlos para conseguir que los hagan. Como a usted, lo hacemos a través de un implante celular. En el siglo XIX lo comenzamos interviniendo e implantando una verruga. La primera persona a la que activamos fue al doctor Bergmann, un médico letón muy famoso por ser el primero que a partir de 1870 operaba con todos los principios modernos y garantías de la asepsia. ¿Qué mejor que hacerlo con quien luego garantizaría con sus avances las condiciones sanitarias más higiénicas? Si no hubiera sido por sus desarrollos, no hubiéramos podido hacer nada más, aunque en realidad ese también fue un avance para todos.
—Entonces estamos hablando de mediados del siglo XIX.
—Sí, inicialmente usábamos esta técnica llamada del lunar profundo y que solo la conocían unos pocos maestros rosacruces, que rodeaban la débil monarquía española de la Restauración. Fueron también ellos los que descubrieron que había una gran capacidad de obrar sobre la opinión pública si se hacía con paciencia, los medios adecuados y acertábamos con las personas que podrían ser vectores de cambio importantes (las mariposas de los efectos), a la vez que generamos disturbios, guerras, cambios de gobiernos, cambios de ideas para que existiera un caldo de cultivo que favoreciera movimientos profundos. Lo que quiera imaginarse. Esto último gracias a nuestra capacidad de manipulación de los medios.
—Pero, de aquella solo había periódicos.
—Suficiente. Pero no eran como los de ahora. La gente creía a aquellos más cercanos a su ideología, eso sí es igual, pero no había muchas formas de contrastar ni discutir sobre otros puntos de vista. ¿Para qué? Y, no se equivoque, aquella prensa vendía más ejemplares que ahora y estaba me- nos repleta de contenidos irrelevantes porque el papel era escaso. Preferían cantidad en ventas y calidad en contenido.
»Habíamos realizado algunas pruebas antes, pero fue en los años del crimen de Fuencarral de Madrid, sobre 1880, cuando nos dimos cuenta de su capacidad real. Conseguimos convencer a la opinión pública de que una inocente, Higinia Balaguer, no era la autora de un crimen, a pesar de que todas las pruebas las habían organizado contra ella entre la policía y los herederos de la difunta, una mujer muy rica de familia bien de la capital. Fue una lucha entre las pruebas y evidencias, bien es verdad que manipu- ladas, y un relato emocional sin pruebas con el que ganamos.
—¿E Higinia se salvó?
—No, no pudimos llegar ahí, a Higinia le dieron garrote vil, pero estuvimos a punto de hacerlo, todo lo demás funcionó. Era la heroína del pue- blo, pero el esfuerzo no fue suficiente. Con mucho menos hoy y gestionan- do adecuadamente un par de cuentas de Twitter, lo hubiéramos logrado.
—Yo pensaba que para manipular la opinión pública es mucho mejor la personalización, los mensajes que ahora podemos distribuir por redes sociales directos a cada cerebro, a cada persona.
—Eso añade una ligera mejora, pero si analiza el método, observará que los grandes cambios se realizan de otra forma. Se trata de generar mareas en la opinión pública, no de provocar salpicaduras. Hay que conseguir que hasta lo que parecía poco ético sea asumido con normalidad por la población, y la presión haga que los legisladores cambien hasta la ley. Uno de nosotros, Overton, se lo he dicho antes, publicó un escrito científico en el que no pudo resistirse y habló de esto, explicándolo a la opinión pública. Hoy la teoría de cómo se influye en las sociedades para que acepten lo inaceptable lleva su nombre: la ventana de Overton. Por supuesto, un par de semanas después de casarse, a los 43 años, el ultraligero que pilotaba se estrelló cerca de Míchigan.
—Pero me ha dicho que la primera manipulación masiva de la opinión pública fue ya con el crimen de la calle Fuencarral. ¿Cómo consiguen entonces que las ideas inaceptables se conviertan en normales y deseables?
—Es cuestión no solo de afectar a las masas, sino también a los principales actores de las sociedades: políticos, fuerzas de orden, inventores, determinadas personas que son capaces de influir en los demás. Seguro que conoce usted el modelo de Barabási–Albert, un algoritmo empleado para generar redes aleatorias complejas libres de escala. Este algoritmo, igual que el funcionamiento de cualquier sociedad, predice que la mayoría de los nodos tienen conexiones débiles, pero unos pocos nodos las tienen muy fuertes. Son esos nodos los que localizamos y a algunos de ellos les colocamos el «lunar profundo» en la sien como el que usted tiene.
»Sí, el de Fuencarral fue el primer asunto importante en el que se intervino, como le acabo de decir, aunque también experimentamos por aquel entonces con el caso del submarino Peral.
—Sí, antes ha dicho que Peral tuvo relación con ustedes.
—Sí. España estaba prácticamente en bancarrota e iba a ser muy difícil movilizar a una población deprimida y, por supuesto, a sus dirigentes, pero convertimos, solamente exagerando un poco, un incidente en las islas Carolinas, en el Pacífico, donde un buque alemán a miles de kilómetros de Madrid, en unas islas dejadas de la mano de Dios y de los hombres, izó su bandera, menospreciando la de nuestra patria, en el detonante de una potente revuelta popular.
—Bueno, eso, discúlpeme, no parece tan difícil, más en aquella época. Un par de portadas de periódico, un grupo de agitadores en la Puerta del Sol y, desde allí, como un reguero de pólvora, toda España inflamada.
—Fue un poco más complejo. Como bien dice, eso lo hicimos con las portadas y artículos de La Ilustración Española y Americana, uno de los diarios más vendidos de la época y que llegaba a toda España. El resto de periódicos no hacía otra cosa que copiar al líder, como ahora, eso fue sencillo. En este diario con un par de portadas conseguimos que la gente empezara a pensar que ese conflicto era el pivote que haría que su país se hundiera definitivamente o se salvara. Una de las páginas relacionaba directamente los disturbios con aquellas posesiones de ultramar. Se las adjunto a su pantalla para que las vea.
»Pero no nos quedamos ahí, estábamos probando una estrategia superior viendo si podíamos cambiar el mecanismo de compras militares del estado español y lo conseguimos.
La Ilustración Española y Americana. 15 de septiembre de 1885. Hemeroteca de la Biblioteca Nacional.
—¿Con el conflicto?
—No, directamente. Le he dicho que fue todo un poco más sofisticado, pero en realidad fácil. En Cádiz trabajaba el señor Isaac Peral, un ingeniero militar introvertido que llevaba tiempo diseñando un arma submarina, pero no se atrevía a proponerla al mando. Teníamos que activarlo. El mismo número de La Ilustración Española y Americana del que le hablo llevaba dentro un precioso dibujo de los principales barcos de la Armada, eso nos aseguraba que ese ejemplar lo iban a leer en todos los lugares donde hubiera marineros, de Cartagena a Ferrol. Entre otros, Peral y sus compañeros del Observatorio de la Marina en San Fernando, Cádiz.
»Aquello conseguía despertar el interés de todo el clúster que nos interesaba (marineros militares españoles). Pero faltaba el mensaje directo que activara la mente de Peral y, con suerte por la casualidad, aprovechamos para publicar en el periódico la muerte de Monturiol, un ingeniero catalán al que Peral admiraba desde niño porque había conseguido que navegara un submarino con fuerza motriz manual y casco de madera. Un portento técnico para la época.
—¿Una esquela del catalán fue la activadora?
—No. En realidad era directamente la idea de Peral camuflada de obituario, para que reaccionara. Le leo el texto porque siempre me pareció de los mejores:
«Ha muerto en Barcelona Monturiol, el inventor del ictíneo o barco-pez, que creía haber resuelto el problema de la navegación submarina, habiendo hecho pruebas satisfactorias de su aparato en el puerto de Alicante. Aun sin conceder la solución del problema, ¿no podría utilizarse el ictíneo para la defensa de los puertos como lanzatorpedos? Es cuestión de gran actualidad, que merecería ser tratada por las personas competentes».
—Pero esa frase es una descripción del aparato que Peral presenta años después. Parece casi una insinuación al militar.
—Sí, así funcionó. Es como esas voces que parecen susurrarte algo.
El señor Peral vio que se le podían adelantar otros. Con esos incidentes y algún otro disparador que habíamos colocado conseguimos que Peral se movilizara para avisar al mando de su descubrimiento, el famoso submarino que devolvería la gloria a España. Era una conexión pavloviana de manual: campanillla-recompensa. Las palabras son grandes activadoras de comportamientos, el lenguaje no deja de ser nuestro software de programación.
—Sé que no, por la historia, pero eso podía haber quedado en nada. ¿Cómo hicieron para que el Gobierno se interesara? ¿O con ese movimiento bastó y fue natural?
—Todo movimiento que se inicia ha de seguirse y reforzarse para que no se diluya. No hay casualidades. Actuamos de una forma similar. En el siguiente número de La Ilustración, a la vez que la carta de Peral llegaba al ministro de la Marina en Madrid, publicamos otra información para que la vieran en el Gobierno, sobre cómo los suecos, con el sumergible Nordenfelt, avanzaban en el campo de la guerra náutica. Incluso incluimos unos dibujos para llamar más la atención, ya que de aquella eran menos habituales en la prensa. En ese mismo ejemplar un artículo hablaba de la decadencia de las colonias y de lo escaso que era el Imperio español frente al inglés. Todo esto es muy eficaz: usted pone un dibujo, hoy un vídeo, y el cerebro se relaja, ya ha cumplido su función y la imagen pasa a la memoria. Le envío también esas imágenes.
—Increíble. Esas son representaciones de un submarino años antes de que Peral construyera el suyo.
—Así es. En realidad en aquellos tiempos teníamos que participar en una carrera armamentística porque suecos, ingleses, franceses y norteamericanos estaban ya en ella. No hacerlo hubiera sido suicida para una España que se perdía en la Europa que progresaba y que inventaba.
—Una carrera...
—Había que conseguir que el inventor dejara de especular en casa y solo se lo contara a su mujer y sus amigos y aterrizara su idea. Por si acaso, en el mismo número publicamos también una imagen de la construcción del crucero Colón en los astilleros de La Carraca en Cádiz. ¿Qué persona del ministerio en Madrid no iba a echar un vistazo a un ejemplar con una información gráfica tan fascinante? Deje que se lo muestre.
»Ya teníamos a un ministro y a un Gobierno que con lo que ahora llaman el sesgo de anclaje (como dicen los británicos, anchoring),
por una parte, estaban influidos por la lectura de que una potencia pequeña (Suecia) desarrollaba submarinos, y con los dibujos tenían la certeza de que podían ser construidos, hacerlos ellos y no eran una ficción verniana.
»Pero, además, el hecho de coordinar estas publicaciones con los mo- mentos en que tenían que tomar la decisión (aprobar el proyecto del sumergible) activaba la heurística de disponibilidad, que, como sabe, es el atajo mental que hace que nos fijemos más en ejemplos inmediatos que acaban de llegar a la mente al evaluar una decisión específica.
»Así fue, el ministro de la Marina hizo un par de gestiones y decidió conceder un anticipo a don Isaac Peral para que comenzara a realizar las pruebas previas de su submarino.
»Ahí tiene usted un invento de repercusión internacional e histórica y su financiación movidos con apenas dos ejemplares de un periódico. La gente siempre piensa que la construcción del futuro es muy complicada y depende de muchas variables, pero, en realidad, sabiendo manejar unos pocos sesgos es suficiente.
—Y Peral murió por...
—Se lo he dicho, una verruga o un lunar, cargada de información, como la que usted tiene, se complicó, lo llevamos al mejor médico del mundo, también de los nuestros, se lo he dicho antes, el mismo doctor Bergmann en Berlín, pero no pudimos hacer apenas nada, solo en su caso que muriera sin los dolores de forma rápida. Este elemento todavía no lo dominamos. Las verrugas se complican siempre pasados, como mucho, veinte años útiles.
—Lo entiendo, pero no pueden controlar todo, hay demasiados elementos en la sociedad humana.
—Nunca hemos pretendido controlar todo, solo aquellos grandes movimientos de la humanidad. Nos basamos en un objetivo clave y la activación de una opinión pública favorable. Hace pocos años en una intuición afortunada nuestro método fue descrito, con muchos errores, por Isaac Asimov, que lo llamó psicohistoria y habló de que con una combinación de historia, psicología y estadística matemática era posible calcular el comportamiento estadístico de poblaciones extremadamente grandes, como la del Imperio Galáctico de sus novelas. Asimov se equivocó en el tamaño necesario de las poblaciones a manipular porque él creía que solo podría aplicarse a millones y nosotros sabemos que es posible manipular a un individuo, a un grupo determinado y a poblaciones de entre 5 y 100 millones que tengan características comunes como su idioma, su cultura o su religión. Más allá de determinado círculo es, hasta donde sabemos hoy, francamente complejo hacerlo.
—Otros lo empiezan a conseguir con big data.
—Se equivoca. De hecho, incluso para esa chapuza que organizó en Facebook, Cambridge Analytica, sus capacidades en tamaño de población alcanzable nunca sobrepasaron algunas decenas de miles. Asimov tenía razón en que el movimiento de una masa de gas es más fácil de medir que el de cada una de las moléculas, pero en los seres humanos no es así: en las cuestiones clave cada uno de nosotros es mucho más predecible de lo que creemos.
—Pero no me negará que las fake news tienen efectos en grandes capas de la población.
—Le aseguro que menores de lo que cree. Solo unas pocas consiguen, y muchas veces de forma casual, modificar comportamientos en personas y organizaciones. Las fake news de esta época de redes sociales son meros memes para mantener contentos a los rebaños propios, no para convertir ovejas en cabras o viceversa. Lo que sucede es que los gobiernos y la prensa quieren pensar que es así porque les interesa deteriorar a sus enemigos, que son, hoy, las redes sociales.
—No es lo que piensan los gobiernos.
—Los gobiernos creen lo que les digamos. Ya se lo he explicado. ¿Le duele la frente?
—Sí. ¿Cómo lo sabe?
—Siempre es así, cuando el lunar se empieza a inflamar y el cáncer se empieza a extender. La medicación que tiene le reduce mucho la ansiedad, pero cuando empiece el dolor no podremos hacer nada y acabará usted mismo pidiendo que lo matemos o nosotros haciéndolo antes de que nos lo pida, por piedad. Esto no lo tenemos controlado todavía. Es una carga de conciencia para nosotros.
»Recuerde cómo mató a su mejor amigo cuando no podía más con los dolores. Ver a quienes queremos ahogarse y retorcerse no es nada agradable. Imagino que cuando le pidió que le desatara para poder matarse, también con su ayuda, no fue fácil para usted, pero fue peor cuando le pidió que acabara con su vida y usted vio en sus ojos que se lo pedía de verdad y que su interior era el infierno.
—Sí, así fue. Todavía le veo mirarme desencajado.
—Pero no me negará usted que justo nada más matarlo, que le llegue una notificación a su móvil con 1 500 000 € desde la cuenta de su amigo con un «Gracias» es un gran alivio psicológico. La sensación es tan ex- traña y potente que el cerebro no es capaz de procesarla de forma indivi- dualizada y la mezcla con la de la muerte. Sabe que es como un pago. El pensamiento mágico en acción. Pavlov de nuevo.
»Su caso y el de su amigo es de las primeras veces que lo hacemos con dos personas, como ustedes. Pero necesitábamos que aceleraran con sus avances en cuántica y uno de ustedes era insuficiente. Tenía que ser un trabajo en equipo.
—Quizás me falte solo saber qué esperaban de nosotros.
—Ni siquiera yo lo sé bien. Las instrucciones para ayudarles a conseguir aquello que es necesario vienen en el adn y el arn de las verrugas que les implantamos. Las instrucciones de cómo encontrarles ahora son solo unas precisas coordenadas espaciotemporales que aparecen camufladas en los números de un sorteo de loterías. No sabemos más. Estoy seguro de que tiene que ver con los avances que pueden conseguir esas personas, pero nosotros simplemente lo hacemos, realizamos la operación de la forma más discreta posible. Y mientras, otras personas se ocupan de modificar la opinión pública por si es necesario un cambio. Es un trabajo coordinado, pero para el que cada equipo tiene su propio protocolo.
»¿Cómo se encuentra?
—Bien, pero está dejando de hacerme efecto el sedante. El lunar parece que palpita.
—Le tengo que dejar. Como ya sabe por el caso de su amigo, en unos minutos empezarán los dolores que ni la morfina podrá parar. Salga de la habitación cuando note las primeras molestias respiratorias, anosmia y tos seca continua. Todo irá muy rápido. Coja el ascensor y pulse seguido 1, 9, 8, 4. El aparato se desplomará con usted dentro y será una muerte segura. Me agradecerá el consejo. Muchas gracias por sus servicios.
Nota de los editores:
@mtascon, mas o menos periodista, fue, entre otras muchas cosas, un amigo de Tecnofuturos. Nosotros siempre pensamos que, en realidad, era sobre todo un escritor. Nos lo demostró con sus libros; apoyando en la sede del Volcán la presentación de “Ni en Un Millón de Años”, y escribiendo este relato para la Utopia colectiva de Tecnofuturos
In memoriam.